Introducción al proyecto Barbaria
Barbaria. Los objetos en los acontecimientos políticos traumáticos
“En la Carcavilla de Palencia,
Cementerio que fue, fosa común,
Han desenterrado un sonajero”.
Antonio Gamoneda
En el año 2019, la directora de cine Dana Budisavljevic entrevistó a varios supervivientes del campo de concentración ustacha de Stara Gradiska que estuvo operativo durante la Segunda Guerra Mundial. El serbio Milorad Jandrid, entonces un niño, explicaba ante las cámaras cómo fue salvado de allí por una familia croata que decidió acogerlo. Al contar su liberación, Jandrid recreaba un momento preciso: «La tía Marija […] horneó un pan especial con nueces para la ocasión. Cada vez que íbamos a la viña, partía el pan en rodajas y nos daba una cada uno, así como uvas». Décadas después aún era capaz de sentir el olor de aquel pan (Busevic 2019). Los objetos pueden activar la memoria sensorial.
En 1944, por las fechas en que Milorad Jandrid fue liberado, la francesa Charlotte Delbo estaba presa en Auschwitz. Allí, por las mañanas, un grupo de presos recorría los barracones para recoger con camillas los cadáveres de quienes fallecían por la noche. Fuera del campo, las camillas servían para salvar vidas. No así en Auschwitz donde su significado era radicalmente distinto: formaban parte del ritual de la muerte junto a otros artefactos del aparato represivo concentracionario. «La camillita existe. No quiero que me trasladen en la camillita», escribe Delbo en sus memorias (Delbo 2020, 97). El significado de los objetos varía en función del contexto en el que se hallan.
En abril de ese mismo año, Elie Wiesel fue deportado a Auschwitz desde la localidad rumana de Sighet, que contaba con una comunidad judía cercana a los 10.000 habitantes. Conscientes de que iban a ser arrancados a la fuerza de sus casas, muchos judíos escondieron en sótanos o bajo la tierra los objetos familiares más queridos, aquellos que vinculaban su genealogía con aquel lugar. Elie Wiesel enterró al pie de un árbol el reloj de oro recibido durante su Bar Mitzvah. A diferencia de su madre y su hermana, Elie sobrevivió a la barbarie y tras la contienda se instaló en Estados Unidos. Volvió a Sighet, de paso, 25 años después. Buscó el árbol, excavó en su base y allí seguía el reloj, recubierto de tierra. Pensó por un momento en llevárselo, pero decidió dejarlo donde estaba. Ya no quedaban judíos en Sighet. El reloj quedó como una suerte de memorial de la comunidad exterminada (Wiesel 1982). Los objetos pueden ser portadores de memoria.
Otro reloj enterrado apareció en 2011 la localidad española de Joarilla de las Matas, provincia de León, cuando la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica sacó a la luz los cuerpos de 14 personas fusiladas sin juicio por los franquistas en septiembre de 1937. La mayoría eran mineros. No se sabe a cuál perteneció el reloj. Hoy forma parte de los artefactos recopilados en un libro que nos permite recordar la brutalidad de las sacas, los paseíllos y los juicios sumarísimos en la represión franquista durante la guerra civil y la posguerra. Junto con otros objetos arrancados de las fosas, se ha convertido en un lugar público de memoria (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica 2020).
Fotografía de José A. Robes
Tres años después de que el propietario de aquel reloj fuera asesinado, Lisa Fitko, socialista alemana, acabó recluida en el campo de concentración de Gurs, en la Navarra francesa. Pasadas varias décadas, rescató en su autobiografía una escena de aquellos meses: cada vez que se cruzaba a su prima Ili, también allí encerrada, esta le daba un caramelo. Fitko nunca supo cómo conseguía su provisión de dulces. Y si lo supo, no lo cuenta. Pero sí dejó constancia de que «solo las que estábamos en Gurs podíamos apreciar el valor de un tesoro como aquel» (Fitko 2022).
Aquellos caramelos eran para Fitko como un tesoro. Y es que el objeto más mísero puede ser valioso en una cárcel o un campo de concentración. «Cualquier cosa nos podía distraer o embarcarnos en una imagen evocadora que nos sacaba de la prisión por segundos. Una tapa de botella, un palito de helado, un papel. Tesoros inesperados», recuerda el poeta Jorge Montealegre de su paso por el Estadio Nacional de Santiago de Chile, tras el golpe de Estado de Pinochet (Scarabelli 2020). Tesoro es también la palabra que utilizaba el arquitecto Jorge Lawner, deportado a Isla Dawson, para contar cómo con restos de madera, desechos de construcción o rollos de alambre construían letrinas, sillas, mesas, juegos de ajedrez que mejoraban sus condiciones de vida y su estado de ánimo. Todos «estos desechos -escribió- constituyen un tesoro para mejorar nuestras modestas instalaciones» (Perassi 2020).
Objetos que evocan en un individuo la alegría de la supervivencia, que devienen en memoria personal o pública de la violencia política, que contribuyen a ejercerla o a resistirla, aparejos corrientes cuyo significado cambia en un centro de detención, que pueden devenir allí en tesoros o en instrumentos de tortura. Objetos que apelan a la memoria sensorial, que reviven olores y sabores, o sensaciones como el hambre y la sed, el frío o el calor.
Los objetos son testigos materiales, «archivos vivos» (Perassi 2020) de los acontecimientos políticos traumáticos, aquellos que marcan al conjunto de una comunidad y cuyo impacto trasciende a la generación que los vivió porque arraigan de forma perdurable en la memoria social (LaCapra 2005). Pensar en la violencia desde la perspectiva de los objetos contribuye a comprender cómo se ha ejercido, cómo se ha resistido contra ella, cómo se ha sufrido. Nos ayuda a conocer mejor estos procesos históricos y, a la vez, a recordarlos porque llevan implícita una notable carga de memoria y pueden representar de forma vicaria a las personas que los poseyeron. A menudo, son los únicos vestigios de sus propietarios, rinden cuenta de las personas desaparecidas y nos permiten reconstruir parte de su mundo.
Los objetos que han sobrevivido a los eventos políticos traumáticos transmiten mensajes, nos interpelan. Poseen un halo, propiedad que Walter Benjamin atribuía a otros objetos singulares, como las obras de arte (Benjamin 2021). Su capacidad de agencia ayuda a establecer un vínculo emocional con las víctimas y a sobrellevar los procesos de duelo. Y al trascender del ámbito privado al público cumplen diversas funciones: pueden ser fuentes documentales para historiadores o científicos sociales, pruebas en investigaciones forenses sobre asesinatos masivos o actuar en museos y memoriales como testigos de aquellos acontecimientos que les marcaron.
Sería posible, por ejemplo, contar una historia de los desplazamientos forzosos en el siglo XX a partir de las maletas: maletas cargadas a lo largo del siglo XX por civiles que huían de bombardeos o asedios militares, por emigrantes expulsados de su tierra, por exiliados, o por los millones de personas deportadas en trenes de ganado hacia campos de concentración. Un proyecto así entroncaría con un número creciente de obras que desde distintas disciplinas académicas en los ámbitos de las ciencias humanas y sociales recurre a los objetos para investigar el pasado, para explicarlo o para recordarlo, pues desde comienzos del siglo XXI ha crecido notablemente el número de libros, artículos, recursos digitales o congresos y seminarios que, partiendo de premisas muy diferentes, abordan el pasado desde la perspectiva de los objetos.
Ese es el objetivo de los textos que bajoel título de Barbaria. Los objetos en los acontecimientos políticos traumáticos comienzan ahora a publicarse en esta web: abordar la violencia política traumática desde la perspectiva de los objetos, ya sea a través del papel que desempeñan en ellos o del modo en que nos permiten rememorarlos.
Referencias
Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (2020). Las voces de la tierra. Pamplona: Alkibla.
Benjamin, Walter (2021 [1936]). La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica y otros ensayos sobre arte, técnica y masas. Madrid: Alianza Editorial.
Busevic, Dana (2019). Dnevnik Diane Budisavljevic.
Delbo, Charlotte (2020). Ninguno de nosotros volverá. Barcelona: Libros del Asteroide.
Fitko, Lisa (2022). Mi camino a través de los Pirineos, Barcelona. Contraescritura.
LaCapra, Dominick (2005). Escribir la historia, escribir el trauma. Buenos Aires: Nueva Visión.
Perassi, Emilia (2020): «Objetos-Testigo. Fracturas y reconstrucciones del relato identittario». Kamchatka. Revista de análisis cultural. (16): 262-289. https://doi.org/10.7203/KAM.16.18407
Scarabelli, Laura (2020): «Las frazadas para la memoria de la dictadura chilena: el caso de Jorge Montealegre». Kamchatka. Revista de análisis cultural. (16): 350-61. https://doi.org/10.7203/KAM.16.17869
Wiesel, Elie (1982). One Generation After, Schocken Books, New York