Carritos de bebé
Los carritos de bebé despiertan emociones positivas. Mucha gente se detiene por la calle al verlos, se agacha para saludar a los pequeños allí protegidos, sonríe y cambia unas palabras con las madres y los padres que los empujan. La imagen de los carritos está asociada a la de sus ocupantes, bebés indefensos. No es fácil imaginar un carrito fuera de contexto, ni suele ser habitual pensar en otro uso…
De ahí la sensación de hallarse ante un espectáculo irreal, absurdo, que tuvo el republicano español Ramón López Barrantes en el invierno de 1939, cuando trataba de alcanzar la frontera francesa huyendo de los franquistas. Miles de personas seguían la misma ruta, ametralladas de tanto en tanto en tanto desde el aire por la aviación enemiga. Miles de personas asustadas, camino del exilio, que trataban de salvar sus bienes más queridos de cualquier modo: «Nunca vi tantos coches de bebé utilizados para transportar ajuares. Suplían, urgentemente, otros medios, que todos se agotaron ante la avalancha».
Carritos de bebés cargando aquellos enseres familiares que los exiliados españoles querían conservar. Un uso atípico. Aunque siempre preferible a la procesión de carritos vacíos que en 1944 presenció Giuliana Tedeschi, milanesa de origen judío deportada a Auschwitz. Una imagen que también calificó como «irreal».
«Recuerdo una marcha de unas cincuenta mujeres reunidas un domingo para un trabajo extraordinario. Los alemanes las llevaron detrás del bosque de Birkenau, donde se elevaba la mole de ladrillo rojo del crematorio grande. En filas de cinco, cada una tenía que empujar un carrito a lo largo de tres kilómetros hasta llegar al almacén donde se clasificaba el botín que obtenían de los trenes. Una imagen irreal. Las que no habían sido madres lo empujaban torpemente; las otras sabían por instinto cómo posar las manos en el manillar. No me puedo imaginar qué sentirían las madres cuyos hijos habían acabado en el crematorio. Los civiles alemanes se dirigían al lager o a entidades que hacían de intermediarias porque podían obtener un carrito haciendo una simple petición. Me parece que sabían perfectamente a quiénes habían pertenecido: a niños enviados a la cámara de gas» (Padoan 2019, 172-173)
Carritos yermos. Bebés que al llegar a Auschwitz habían sido enviados en el acto a la cámara de gas. Madres que sufrieron el desgarro de ver cómo sus hijos eran destinados a la muerte, obligadas a desfilar con aquellos carritos convertidos en una suerte de despojo. No es posible, como observa Tedeschi, «imaginar qué sentirían las madres cuyos hijos habían acabado en el crematorio».
El relato de Tedeschi también alude a la voracidad de quienes obtenían un rédito de los asesinatos masivos: oficiales y personal del campo de concentración, otros alemanes, vecinos del entorno…. Antes de la deportación, los judíos que llegaban a Auschwitz ya habían sido despojados previamente de todos sus bienes: desde sus casas hasta sus coches, desde el ajuar de cama hasta las bombillas, desde los paraguas hasta los juguetes. También de los carritos de bebé. Conservamos imágenes de los depósitos donde los nazis acumulaban esos bienes cotidianos expoliados, que luego se redistribuían entre la población. En alguna aparecen muñecas y cunas, caballitos de cartón y otros juguetes. Y carritos.
Fuente: Gensburger (2015)
Las últimas posesiones que conservaron los judíos fueron aquellas que llevaron consigo a los campos de exterminio. Algunos consiguieron trasladar a sus bebés en los carritos que describe Tedeschi. Y al igual que todos los objetos que llegaron allí, fueron requisados y reasignados después a otros padres. Resulta difícil creer que las familias que acudían a Auschwitz a recoger aquellos objetos no supieran cuál había sido el destino de sus primeros ocupantes.
Los objetos son portadores de memoria. Y hay una práctica memorialística frecuente que consiste en representar a las víctimas de acontecimientos políticos traumáticos a través de objetos desocupados, solitarios. La plaza de los Héroes del Gueto, de Cracovia, constituye un buen ejemplo: 70 sillas vacías recuerdan que desde allí partió el transporte de los judíos hacia los campos de exterminio bajo el Tercer Reich. En marzo de 2022, Svitlana Blinova, directora de comunicación del ayuntamiento de Lviv, organizó una instalación de este tipo de la ciudad, llenando la plaza Rynok con 109 carritos de bebé vacíos.
Fuente: La Nación
Cada uno de ellos representaba de forma vicaria a los 109 bebés muertos en la guerra hasta la fecha. Ochenta años después de la escena que describió Giuliana Tedeschi, los carritos vacíos reaparecían en el continente europeo…
Referencias
Gensburger, Sarah (2015). Witnessing the Robbing of the Jews. A Photographic Album, Paris, 1940-1944. Indiana: Indiana University Press.
López Barrantes, Ramón (1974). Mi exilio. Madrid: G. del Toro
Padoan, Daniela (2021). Como una rana en invierno. Tres mujeres en Auschwitz. Madrid: Altamarea Ediciones.