Transterradas. El exilio infantil y juvenil como lugar de memoria
«Uno de los efectos más claros, permanentes y a largo plazo de un desplazamiento forzado es la soledad. La pertenencia original, esa que nos liga a un grupo humano y a un paisaje, queda en suspenso y las nuevas pertenencias suelen ser provisionales y, muchas veces, no fructifican o se desdibujan ante la esperanza del regreso. Cuando el desplazado vuelve, si es que lo hace, comprueba que ya nadie lo reconoce. Es el que se fue, el que conservó intacta la memoria de un mundo que, para el resto es, en el mejor de los casos, un recuerdo. Entonces mira hacia atrás, vuelve sobre sus pasos e intenta reforzar su nueva pertenencia. Pero falla. Es el recién llegado, el que carga con otra historia a sus espaldas. No ser de ningún lugar parece ser el destino más oscuro de los desplazados. Y esta condición se torna más dolorosa a ciertas edades.
Nosotras estamos vivas, pudimos reorganizar nuestra vida en otro lugar, pero ¿qué hacer con todo eso? ¿Cómo trabajar la memoria para que esa experiencia traumática sobre la que hemos decidido volver no nos paralice? ¿Cómo hacer de estos testimonios, después de tanto tiempo, un pasaje para nosotras y para otros?
A través de la palabra. Entendida no como un vocabulario que habla del mundo sino como una trama de significaciones que lo crea o, lo que es lo mismo, que le da sentido. El testimonio es el relato de la experiencia y es a través de nuestros testimonios como queremos visibilizar a las niñas y adolescente que fuimos para iluminar a los niños y adolescentes que hoy padecen destierro.”
De la Introducción de Marisa González de Oleaga