Balmaceda

La ley de río impone cierta prevención con los foráneos y lo son todos los que no son isleños que es lo mismo que decir, todos los que no viven de la isla. Eso incluye, por supuesto, a los dueños de casas de fin de semana. A esta gente, que pretende jugar de local y que trata con cierta condescendencia a los habitantes permanentes de estos humedales, se los miran con recelo. No es fácil, si uno no es del lugar y no fue a la escuela del arroyo, ir a preguntar por el pasado, sobre todo cuando ese pasado tiene que ver con la represión militar. Pero además hay límites físicos que dificultan este tipo de intercambio. En primer lugar, que haya cobertura suficiente para hacer una llamada de teléfono; la segunda, contar con la aceptación de la persona de la que una sospecha puede tener información; en tercer lugar, la posibilidad de conseguir una lancha para ir a visitar a la persona en cuestión; en cuarto y último lugar, y no menos importante, que ese día las condiciones climáticas lo permitan. Lo que en otro contexto podría ser una llamada de teléfono y una cita, en estos arrabales se convierte en algo más complicado y costoso. Por eso, mi encuentro con Balmaceda fue producto de un entrecruce de voluntades que lo hicieron posible. Chicha, por un lado, y por otro, un vecino que lo conoce bien por su trabajo. Entre los dos consiguieron que este hombre, que forma parte de una familia muy conocida en la isla, me recibiera y hablara de la desaparición de un trabajador a su cargo.

Teníamos un pión, trabajaba con nosotros, Muñoz se llamaba…empezó a venir Prefectura, el Ejército andaba por acá…yo estaba en Felicaria con el “Negro Gutiérrez”, laburamos juntos allá en la casa que era de…habíamos comprado madera ..viene mi cuñado desesperado…estaba en el Duraznito…che, vos sabés que estaba pisoteando para limpiar y una ráfaga de ametralladora…me rajé a la mierda…no, dije, pero estos están locos…cómo van a tirar así, acá hay gente que está viviendo…el Ejército hizo estragos también acá…yo acá, no sé si vos te acordás, había un surtidor y hablando con el dueño…los de Prefectura paraban ahí, comían y dormían ahí…Me voy una semana a trabajar con mi cuñado…un hombre que estuvo muchos años trabajando en la isla, no me acuerdo del apellido, el pión este…que tenía una casita en Escobar, mi cuñado tenía otra casita donde vivía el pión, le había comprado ropa…un día vamos porque nosotros lo llevábamos y nos dice: “vos sabés, pusieron casi lleno de agua…me metieron la cabeza dentro” Y yo dije: “Pero cómo, ¿usted hizo algo?. “No” dijo el pión, “Yo no hice nada, tengo la casa alquilada”. Vamos al otro día y no estaba más. Él se quería escapar…él tenía una casita en Escobar. ¿Qué pasó? La casita de Escobar la alquiló y él vivía acá y sacaba un rédito. Pero él no sabía a quién se la había alquilado y cayó también. No supimos más nada y yo le dije a mi cuñado: “Se lo llevaron”. Yo tenía muchos amigos ahí en Prefectura y cuando voy, no es como ahora que entra cualquiera, estaba todo cerrado, tenías que entregar documentos. Como me conocían me dejaron entrar y pedí hablar con el director. Me dieron con él, era el segundo jefe. Me dijo: “No venga a buscarlo más”.

La arbitrariedad como forma suprema del terror. No se trataba de errores ni de excesos sino de inocular el miedo en el cuerpo de la gente. Esa fue la forma acabada para erradicar cualquier pretensión de cambio o cualquier conato de movilización social. Nadie sabía de antemano si podía ser objetivo militar. No había una relación entre hacer y padecer. Uno no podía anticiparse al golpe porque el golpe podía provenir del lugar menos pensado. En el caso de este peón parece que su delito fue haber alquilado su casa en la localidad de Zárate a gente “sospechosa” para los militares. Seguramente se lo llevaron, lo interrogaron, lo torturaron y, o bien se les quedó en la tortura, o, cuando llegaron a la conclusión de que no sabía nada, lo hicieron desaparecer, total quién iba a preguntar por él. Y si se interesaban por su suerte, como hizo Balmaceda, recordarle que tanto interés también podía ser constitutivo de delito. No lo busqué más porque ya no está, como velada amenaza.

El delta, tumba colectiva