Más información:

Detrás del muro

Por Sergio Daniel Robles
El muro siempre estuvo allí, con sus ladrillos pintados a la cal, imponente en su extensión. Desde los recuerdos tempranos de mi infancia, el muro estuvo allí. Por la vereda que lo recorre en sus cientos de metros, sin interrupciones, solía andar de pequeño con un sulky-ciclo, un rodado de tres ruedas con un caballito de madera al frente, de pelaje bayo. Más tarde, vendrían otros pasatiempos infantiles, compartidos con los amigos del barrio: los soldaditos, la guerra entre bandas con municiones de cascotes, cuyo doloroso impacto tratábamos de evitar; o la disputa por quién encarnaría la figura de San Martín en su lucha por la independencia de España; y siempre bajo la omnipresencia del muro.
En muy pocas ocasiones y, quizás por ello imborrables del recuerdo, traspasábamos un alambrado semi-abierto, lindante a las barrancas y a un extenso bajío que corría a continuación, para subir hasta la garita de observación ubicada en uno de los extremos del muro. Y aquel “viaje” detrás del muro solo era posible con la complicidad de los centinelas que hacían guardia, y bajo la advertencia de ocultarnos ante la presencia de terceros.
Cada año, de aquella dichosa niñez, el portón principal ubicado en el otro extremo del muro se abría durante las festividades de Reyes, para sortear entre los niños del vecindario los juguetes que la Armada obsequiaba. Pero todo ello cambió con el fin de la niñez y el inicio de la adolescencia. No se trataba solamente de un cambio corporal. En 1976 sobrevino el golpe militar y con él, la prohibición de caminar por la vereda del muro. Un cartel desafiante con la silueta negra de un soldado apuntando, decía: No transitar ni detenerse, el centinela abrirá fuego.
Con estas restricciones transcurrieron los años de dictadura para la vecindad del muro. Muchos años después de recuperada la democracia en Argentina, más años de los que me tomaron conocer y comprender lo que había pasado detrás de su muro durante mi adolescencia, me atreví a retomar aquella vereda que había sido prohibida.
El Arsenal Naval de Zárate, la institución militar que fundara el presidente Sarmiento en 1873, situado a orillas del Paraná de las Palmas y frente a la cuarta sección del delta bonaerense, había sido convertido en escenario de los más horrendos vejámenes y torturas cometidos contra los detenidos desde el golpe militar. Todo ello ocurrió detrás de sus muros.
Personas que luego conocí, estuvieron allí, presas de tormentos indecibles, mientras nuestras vidas transcurrían del otro lado de ese mismo muro, por siempre familiar.
Así supe de Blanca Buda, no tanto por lo que ella dijera, sino por lo que escribió. Militante del partido de la Alianza Popular Revolucionaria que lideraba Oscar Alende, fue arrebatada de su domicilio en Escobar y trasladada a Zárate el 30 de marzo de 1976, donde:
Después de atracar en un muelle (habría sido dentro de la jurisdicción de Subprefectura de Zárate) nos bajaron a empellones. Entre las maldiciones de los guardias y los gritos de espanto de los prisioneros pude captar que muchos estaban siendo sumergidos en el agua dentro de bolsas. Los extraían semi asfixiados, con ataques de histeria. Nunca descifraré qué criterio selectivo me libró de la terrible tortura del submarino. Mientras eso sucedía, con el torso desnudo y sin desatarme las manos, me pusieron boca abajo sobre lo que me pareció un gran disco de metal…Apenas dejó de girar el disco, caí desvanecida al suelo. Los guardias me arrastraron, entre bromas, hasta un sitio amplio que me dio la impresión de estar cubierto. Alrededor de doscientos prisioneros estábamos acumulados en ese depósito clandestino en la bodega de un gran barco en desuso. (Habría sido la bodega de un barco, o un gran galpón en el Arsenal Naval de Zárate).
Más adelante relató: Se escuchaban quejidos cada vez más fuertes. Para atemorizarnos más, si esto era posible, el grupo de miserables que andaba por ahí amenazó violarnos (…)
Quizás pasaron dos días. Pero…¿Quién puede medir el tiempo en tales circunstancias? Vino la patota. Alcancé a escuchar los lamentos de una mujer joven. Ante las verdugueadas de los guardias “prefirió la violación a las torturas. La pobre mujer aguantó a diez o doce hijos de puta que exacerbaban su vejación con los sollozos de los prisioneros.
Tres días antes, Lidia “China” Biscarte, militante radical, fue secuestrada de su humilde vivienda de la zona del Bajo de la ciudad de Zárate por un grupo de tareas. Era de madrugada. Descalza y en camisón, la encapucharon con la misma sábana que estaba usando, trasladándola a la comisaría: Que, sin preguntarle nada, le aplican la picana, la desnudan y le vuelven a aplicar la picana en el ano, en la vagina, en la boca y en las axilas. Le echan agua y la atan a un sillón de cuero. Tenía toda la cabeza cubierta con la sábana atada. Se acerca un sujeto que empieza a retorcerle los pezones, lo que le produce un intenso dolor, ya que también le habían aplicado picana en los pezones.
En su testimonio brindado a la CONADEP, relata que en la misma habitación había otros dos hombres secuestrados y al entrar un sujeto, uno le dijo al otro que la dejara, “que los van a llevar a pasear”… sabe que es la Prefectura de Zárate el sitio donde fue trasladada a posteriori junto con las otras dos personas, ya que ésta vivía a una cuadra y media, y por la forma en que la barca atracaba, se sentían los gritos del amarrador y la barca chocando contra el puerto, la vibración. Los bajan en una barranca de piedra, en el Arsenal de Zárate. Allí los llevan y los dejan en el campo. Llovía, el piso era de tierra. Clavan estacas y los estaquean dejándolos todo el día ahí, aplicándoles picana eléctrica. Al entrar la noche los suben a un barco, los esposan unos a otros, es decir el brazo de la dicente esposado a otro brazo.
Posteriormente, se pudo establecer que el barco mencionado era el ARA Murature, construido en los astilleros de Río Santiago (Prov. de Buenos Aires), en 1944, y que estuvo en servicio hasta el 1° de septiembre de 2014. Fue en ese mismo navío donde el presidente Perón, en agosto de 1954, entregó al dictador del Paraguay, Alfredo Stroessner, los trofeos de guerra obtenidos durante la Guerra de la Triple Alianza; y, en 1989, utilizado para transportar los restos de Juan Manuel de Rosas desde Rosario a Buenos Aires, en el marco de la repatriación de los mismos.
Durante los tiempos de la dictadura, la nave pasaba anclada en mitad del rio Paraná de las Palmas, entre Zárate y Campana, donde las personas detenidas ilegalmente eran sometidas a tortura.
Allí, en aquella embarcación, a Biscarte la cuelgan de los pies y le hacen el “submarino” directamente en el río. Con ella estuvieron, José María Iglesias (sobreviviente), Teresa Di Martino (desaparecida) y la escribana Marta Fiori y su esposo, siendo ésta terriblemente torturada y el marido violado por los torturadores… En ese barco están como dos días, durante los cuales los torturan y los cuelgan con una grúa.
Más adelante, Biscarte reconstruye su amargo itinerario: los cargan en celulares y los llevan a un lugar que cree es el Tolueno, en Campana, sabiéndolo por el pito de la ESSO. Están dos o tres días y los llevan a una balsa donde cruzan, probablemente, al Tigre. La balsa era manejada por militares, con uniforme verde. Los dejan, en la embarcación, en la orilla de una isla. La sacan de la balsa y la suben a un camión del ejército…
En la madrugada del mismo día del golpe de Estado fue detenido el intendente de Zárate, Francisco Bugatto, y llevado a la comisaría local. Su hijo, José Alberto (Beto), acudió allí para saber sobre el destino de su padre pero fue detenido también. Padre e hijo reconocieron haber pasado, posteriormente, por el Arsenal y desde allí, al Murature, donde continuaron las torturas. Así lo relata el propio Beto:
Por indicación de los vecinos que vieron donde llevaron a mi padre me dirijo a la comisaria, que ya estaba bajo el mando militar, donde me niegan que él se encontraba allí, como insisto me encapuchan, me golpean y me tiran a una celda. De allí nos llevan al Arsenal de Zárate, que al llegar se escuchan gritos horrorosos de mujeres que decían que las estaban violando. Luego nos envuelven en una manta, donde introducen una manguera que estaba conectada a los escapes de los camiones, con lo cual nos intoxicábamos y desvanecíamos; de ahí nos trasladaron al buque Murature, donde nos torturan con corriente eléctrica (picana) junto a mi padre con la intención de que ambos escuchemos los gritos de dolor. Luego nos llevan al Tiro Federal de Campana, donde nos vuelven a torturar con corriente eléctrica y bajo la supervisión de un médico que nos auscultaba y decía si podían seguir torturándonos o no…
A partir de su allanamiento por orden judicial, en 2004, el Murature fue identificado por varios testigos como uno de los sitios de detención transitoria y tortura de detenidos.
Por su parte, el Arsenal Naval fue convertido en Base Naval Zárate, sede de la comandancia del Área Naval Fluvial, una extensa jurisdicción que comprende la región mesopotámica y las tierras del Delta.
El viejo establecimiento militar cuenta con otro nombre y se han resignificado sus funciones desde el regreso de la democracia. Pero el muro de los tiempos de mi niñez es casi el mismo. Sigue allí, centenario, con sus paredes blancas, y en uno de sus tramos, perturbado por la señalización que identifican al espacio como uno de los sitios de memoria de un pasado traumático.

Zárate, 25 de mayo de 2023