EL BACKSTAGE HISTORIOGRÁFICO: LA INTUICIÓN COMO INTELIGENCIA NO CONSCIENTE

Marisa González de Oleaga

 

Hace algún tiempo empecé a trabajar sobre la población indígena y la presencia afro en el Delta del Paraná, ambos grupos subalternos, esclavizados y deslocalizados. La toponimia del lugar de incuestionable origen indígena y una serie de casualidades provocaron mi curiosidad. Fue en una de las convocatorias de las elecciones generales -que en la isla son una fiesta porque es el único lugar en el que se congrega toda la población isleña- donde me encontré con una familia de clara ascendencia africana. Su fenotipo era claro e indiscutible y su apellido, los Belén, daba pistas sobre su origen esclavo. Los jesuitas se instalan en Buenos Aires a comienzos del siglo XVII y fundan colegios y residencias, uno de ellos denominado Residencia de Nuestra Señora de Belén, nombre del que muy probablemente proceda el apellido familiar. Además, la Compañía contaba con una estancia, llamada de Las Palmas o Areco -en alusión a su situación geográfica en la entonces ciudad de Areco y sobre el río Paraná de las Palmas- y tenía una reducción sobre el arroyo Paycarabí, próximo al lugar en la que se instala la familia Belén. Todas las explotaciones de los jesuitas en la zona se abastecían de trabajo esclavo.

Sea como fuere, esta presunción me llevó a buscar el origen de ese y de otros apellidos de posible origen afro y para ello conté con la colaboración de Roraima Estaba que había escrito su tesis doctoral sobre la clasificación étnica en una zona del Caribe. Y allí nos encontramos con un buen puñado de apellidos que todavía suenan y resuenan en el Delta bonaerense. Fue gracias a esta colaboración que descubrí los referentes geográficos para la población de aquella época. Los historiadores somos, en general, poco sensibles a la importancia del espacio, a la manera en la que determinada población o grupo humano concibe el entorno y se inscribe en él. Y esa comprensión es clave, muchas veces, para entender su comportamiento. Si nos fijamos detenidamente en el Delta del Paraná a través, por ejemplo, del Google Earth, y sabemos que en época colonial el río era el camino y las ciudades ribereñas los referentes para la población deltaica comprenderemos cómo llegaron los Belén y otras familias afrodescendientes a estas islas. Alejadas de todo control, pero próximas a Areco, Escobar, Campana o Zárate, esos manchones de tierra pueden haber sido el lugar idóneo para los esclavos huidos como aquellos que desaparecieron durante la revuelta que organizaron pocos meses después de la orden de expulsión de los padres.

En esas andaba cuando decidí, sin saber muy bien para qué, visitar Chascomús, una pequeña población de la provincia de Buenos Aires, famosa por su laguna y por la existencia de la llamada Capilla de los Negros, un espacio creado como lugar de reunión de la población africana a fines del XIX y en donde se tensaban los tambores para el Carnaval. Al dirigir proyectos de investigación siempre pienso o intento pensar en términos de racionalidad instrumental o, lo que es lo mismo, cómo voy a justificar una visita de estas características en los informes del proyecto. Y casi siempre hay poderosas razones para hacerlo, aunque estas sean más pos que preargumentos. Los jesuitas, me decía yo a mí misma, llegaron a fundar reducciones hasta una línea imaginaria, la del río Salado que, curiosamente, alimenta una de las grandes lagunas encadenadas que da fama a Chascomús. Delimitado el territorio de los jesuitas, pensé, tal vez esa búsqueda de apellidos de afrodescendientes en los documentos parroquiales diera frutos si nos movíamos más al sur. Jugué con la posibilidad, desde la ignorancia, de que los esclavos de las haciendas de la Compañía pudieran moverse entre las distintas propiedades. Solo una especulación. Con esto en la cabeza fuimos María Silvia Di Liscia y yo, a Chascomús y, siguiendo sus consejos, acabamos en el archivo municipal donde una amabilísima archivera puso a nuestra disposición todos los legajos que contenían alguna relación con nuestra búsqueda de población esclava durante la colonia.

Al concluir la consulta, estábamos esperando a la encargada de la Capilla de los Negros en el patio de la llamada Casa de Casco en el mismo centro de Chascomús, junto a la Iglesia, al destacamento de la Policía y al Club Vasco, cuando la secretaria del Archivo nos comentó que la casa era de dos pisos -detalle infrecuente en una casa colonial- porque la familia Casco había sufrido el ataque de un malón y el secuestro de su hijo, niño entonces, por parte de los indígenas. En ese momento, mientras admirábamos el jardín y sobre todo los dos patios, Silvia, inocentemente, preguntó: -¿Y el chico reapareció?, a lo que la secretaria respondió: -sí, volvió tiempo después con sus padres pero por poco…no consiguió acostumbrase a la nueva vida y prefirió volver al desierto. Fue entonces cuando un repentino destello me produjo un escalofrío y recordé, sin lugar a dudas, el relato de Borges, El cautivo,  sobre el niño secuestrado en un malón, recuperado por sus padres que había desaprendido su lengua madre y que, llevado a su casa familiar:

Miró la puerta, como sin entenderla. De pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.

Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa.

Yo también quise saber, como Borges, si volvió, aunque fuera un instante… si es posible volver y moverse entre mundos, desdoblarse y volverse a plegar y cuál es el precio que se paga por todo ello. Fue eso, no otra cosa lo que me llevó a Chascomús, a los afros y al mundo indígena.