La máquina de escribir

El 18 de julio de 1994 un estallido estremeció a la ciudad de Buenos Aires. Vidrios rotos, alarmas de autos, polvo, derrumbe y caras de desconcierto que no terminaban de encontrar un gesto para el horror. Un atentado terrorista había volado la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Era el segundo de la década, en 1992 había sucedido lo mismo en la embajada de Israel. En la explosión de la AMIA fallecieron 85 personas y hubo más de 300 heridos.

De los escombros, entre la montaña de pilotes, papeles, escritorios y ropas, entre gotas rojas y llantos desgarradores, se rescató una máquina de escribir con sus letras en ídish, lengua popular en la Europa Oriental previa al Holocausto. Esta lengua, que algunos llamaban con cariño mameloshn, significa “lengua de la madre”. Esta máquina y sus letras, como un objeto histórico símbolo de la destrucción judía en Europa, fue enviada al Museo del Holocausto de la Ciudad de Buenos Aires y, desde su inauguración, se exhibe en la muestra oficial.

La máquina de escribir fue uno de los instrumentos más representativos de la democratización de la cultura y la tecnología en el siglo pasado. Según Martyn Lyons, “de su uso primigenio a las clases de mecanografía en las escuelas, este instrumento fue un vector de igualdad antes que de dominación”.

Un museo que narra el horror nazi incorpora este objeto, que funciona como lugar de memoria y resistencia. Resistencia ante el avance tecnológico; resistencia ante el olvido de la lengua madre, resistencia ante la impunidad del atentado a la AMIA.

Es quizás el ídish el que resiste al paso del tiempo, en nombre de quienes lo hablaban y fueron silenciados. Y fue esa lengua en parte la que permitió la comunicación entre los presos en campos de concentración y que con el tiempo fue silenciada, incluso prohibida. Pero se resiste a desaparecer. Parece entonces que al ídish lo sacudió más de una bomba. Y sin embargo, resiste.

Esa máquina se incorporó a una muestra sobre el horror del pasado, pero nos permite preguntarnos cuán pasado es ese horror. La máquina irrumpe en el presente y en un movimiento doble nos remite al pasado remoto. Así, víctimas en otros tiempos y actuales, y de lugares distantes se unen en un museo para resistir a la tragedia, a la impunidad, a la injusticia a través de un objeto histórico, que parece dedicado a la memoria de los sin nombre y de los sin lengua.

La máquina se expone tal como fue encontrada, rota, fragmentada, poco entera, quizás como está nuestra memoria. Con partes oscuras, y otras más claras. Con algo de entereza, pero también quebrada. Esa máquina nos abre más preguntas que respuestas.

Al observar esta máquina de escribir, antes que una pieza de museo, dice Lyons que “cualquiera debería poder encontrar el deambular vivo de los fantasmas del siglo XX, con su lógica de progreso, con sus contradicciones, pero produciendo siempre esa música infernal y divina a la vez, música hecha por sus teclas perforando el aire, la hoja, la nada”. Sabemos que más de un fantasma contiene esta máquina que se quedó en silencio un 18 de julio de 1994, pero no deja de provocarnos una permanente incomodidad.

¿Puede un objeto contener el dolor de un pueblo?, ¿puede remitir a la destrucción y a la vez sembrar la esperanza?, ¿puede resistir el paso del tiempo y la tragedia una máquina de escribir?, ¿puede resistir el paso del tiempo y la tragedia el ídish?

Referencias:

Lyons, Martyn (2023). El siglo de la máquina de escribir. Madrid: Ampersand Editorial.

https://www.pagina12.com.ar/563371-la-historia-de-la-maquina-de-escribir-segun-martyn-lyons

Benjamin, Walter (2021 [1936]). La obra de arte en la era de su reproducibilidad técnica y otros ensayos sobre arte, técnica y masas. Madrid: Alianza Editorial.