La mortaja

Auschwitz te atrapa y nunca te suelta, escribió Charlotte Delbo a su regreso: aunque sobrevivas siempre seguirá contigo. Lo mismo podría decirse de cualquier otro espacio del universo concentracionario nazi. Dámaso Ibarz Arellano lo sabía muy bien, pues recorrió más de uno.

Había nacido en Fraga, en 1915. Tenía 23 años al cruzar la frontera en febrero de 1939, tras la caída de Cataluña en manos franquistas. Nada más pasar al otro lado fue recluido en el campo de concentración de Argelès sur mer, donde el término campo de concentración no dejaba de ser un eufemismo, pues Argelès era una playa desnuda, al pie de los Pirineos, rodeada con alambre de espino en uno de los inviernos más fríos que se recordaban por aquellos años. La escarcha, cada mañana, ofrecía la impresión de la nieve al pie del mar. Fueron semanas de «un frío espantoso», recordaría José María Lamana. Una inmensa «noche larga, triste y fría».

De Argelès, Dámaso pasó en mayo de 1939 a una Compañía de Trabajadores Extranjeros, los batallones donde los franceses enrolaron voluntariamente a la fuerza a los republicanos españoles y a otros refugiados para construir, meses antes de que empezara la guerra, las trincheras que debían frenar la previsible ofensiva alemana. Tanta previsión resultó inútil. En mayo de 1940 el ejército alemán sobrepasó la Línea Maginot en una ofensiva relámpago que dejó inermes en la retaguardia a miles de soldados franceses y a los extranjeros que construyeron aquellas defensas tan inútiles.

Allí, en Bourg Saint-Maurice, al pie del Mont Blanc, fue capturado Dámaso Ibarz y empezó su rosario por los campos nazis. Desde los Alpes fue deportado a Polonia, al Stalag VIII-C de Zagan, en la baja Silesia, territorio conquistado por el Tercer Reich al comenzar la contienda. De Polonia salió en octubre de 1940 para ser trasladado al Stalag XII-D, en Treveris, Alemania. Hasta entonces fue tratado oficialmente como un prisionero de guerra. Pero la dictadura franquista abandonó a su destino a los republicanos españoles capturados por los nazis y en enero de 1941 fue deportado al campo de concentración de Mauthausen en calidad de apátrida indeseable y peligroso, de rote spanien, español rojo. En Mauthausen permaneció hasta el fin de la guerra.

Las escalas de Dámaso Ibarz en su viaje por el infierno

Las escalas de Dámaso Ibarz en su viaje por el infierno

El 12 de mayo de 1945, apenas una semana después de la liberación de Mauthausen, Dámaso escribió una larga carta a su familia que constituye un documento esencial porque escasean los testimonios sobre los campos tan cercanos al encierro:

«¡Querida madre y hermanos, por fin! Lo que tan ansiosamente he esperado durante 5 años ha llegado: la libertad. Durante este largo lapso de tiempo he permanecido en este maldito lugar: campo de concentración de Mauthausen, o el Infierno de los vivos, antro del crimen, sede de la barbarie, donde la ley y el derecho no existen, donde los muertos andan, donde se han cometido los crímenes más horrendos y que la pluma se niega a dictar cosas tan bárbaras».

Durante años, había «llevado grabado el sello del sufrimiento, de la agonía y de la muerte», escribía Dámaso. Pero todo había terminado ya.

«Los americanos, que son a los que debemos la liberación, en cuanto sea posible nos evacuarán a Francia otra vez y desde allí a preparar nuestra entrada a España del modo que sea posible. No puedo decir a ciencia cierta qué tiempo emplearán en ello quizá dos meses, quizá más, pero no importa, tarde lo que tarde ahora es seguro».

Seguro, seguro no hay nada en esta vida. La Segunda Guerra Mundial terminó con la derrota de los fascismos europeos… pero no de todos. Las dictaduras filofascistas sobrevivieron en la península ibérica y Dámaso, militante anarquista, no pudo regresar a España. Al acabar 1945 comprendió que había perdido dos guerras: la civil y la mundial… Como adivinaba en su carta, los americanos le sacaron de Austria, y le trasladaron a Francia, que sería su país de acogida hasta el día en que murió. Poco después se instaló en Tours, donde formó una familia. Durante su exilio militó en la Federación Española de Deportados e Internados Políticos. Murió en Joué-lès-Tours, el 17 de enero de 1976.

A pesar de la alegría expresada en aquella carta de 1945, cuando los nazis fueron expulsados de Mauthausen, Dámaso Ibarz jamás abandonó del todo el campo de concentración. Había acabado la guerra civil como prisionero en una playa cerrada con alambre de espino y al finalizar la contienda no pudo regresar a una España cercada también por una alambrada gigante.

La guerra de Dámaso nunca terminó. Rehízo su vida, pero no dejó de ser prisionero de Mauthausen. Una condición que sobrellevó con resignación y con orgullo. Con la tristeza del transterrado y la dignidad del resistente. Su vida ya siempre estuvo ligada al encierro concentracionario del que jamás escapó del todo. Y tal que así fue su vida, así quiso también que fuera su muerte. Por eso dispuso que se le enterrara con su traje de prisionero en Mauthausen que había conservado. Porque cuando murió, Dámaso Ibarz Arellano seguía siendo el preso matrícula 4481 del campo de concentración de Mauthausen.

Referencias:

«Aragoneses deportados a los campos nazis, 1940-1945», https://www.aragonesesdeportados.org/es/511/ibarz-arellano-damaso.html