Lápices y papeles

Anular al individuo. Suprimir cualquier asomo de personalidad, de idiosincrasia. El artista polaco Mieczyslaw Koscielniak tuvo claro desde que llegó a Auschwitz que el mero hecho de afirmar la identidad propia ya era en sí un acto de resistencia. Quizás el más trascendental:

«El deseo y el objetivo de las SS era crear un prisionero sometido al continuo terror del campo, sin pensamientos, sin iniciativa, que siguiera cada orden. Nosotros escapamos rápidamente a eso a través de las bromas, las canciones, los poemas, la ironía y la caricatura»

Lápices y papeles

Cantar, reír, bromear, escribir, dibujar, componer música, construir objetos, tallar pequeñas esculturas… Cualquiera de estos actos, en cualquier momento, en cualquiera de los espacios del universo concentracionario nazi constituía en sí mismo un acto de victoria. Un ejercicio de «resistencia espiritual», como ha escrito Pnina Rosenberg. Pero el canto o la risa no precisan de ningún instrumento. Otras formas de creación, sí.

Dibujar era seguir vivo y los artistas tuvieron que jugárselo todo para seguir viviendo. Tantear a la muerte robando papel y cualquier cosa que sirviera para dibujar, ya fuera lápiz o carbón. «Pude hacerme con lápiz y trozos de papel», recordaba la pintora Esther Lurie, superviviente del campo de Stuthoff. Amalie Seckbach buscaba papeles en los cubos de basura de Terezin. Zoran Music dibujaba en impresos que sustraía en la oficina de fabricación de piezas metálicas de Dachau. Waldemar Nowakowski sobre el reverso de las cartas censuradas por las SS… Al igual que ellos centenares de artistas arriesgaron sus vidas para robar lápices y papeles.

Daba igual. Lo esencial era pintar. Pintar para sobrevivir. En ocasiones literalmente, Manuel Alfonso Ortells entró en el Baubüro de Mauthausen, la oficina de construcción del campo, porque dominaba el dibujo técnico. Al disfrutar de un puesto más seguro, pudo salir adelante y retratar también a otros prisioneros. O como Jose Cabrero Arnal, que en el mismo campo salvo la vida porque hacía dibujos pornográficos para las SS. O Esther Lurie, que intercambiaba retratos por trozos de pan con otras presas.

Zofia Stepien-Bator. retrato de una joven

Zofia Stepien-Bator. retrato de una joven, Auschwitz, 1944. Museo de Auschwitz

A veces bastaba con esbozar unos trazos, como Irene Awret que al ser detenida en Bruselas llevó consigo una bolsa con utensilios de dibujo y en los sótanos del cuartel general de la Gestapo pintó su propia mano, pues no había allí otra cosa. O dibujar para contribuir a que sobrevivieran los otros, como quiso Zofia Stepien-Bator, quien retrató a sus compañeras «con una luz favorable» intentando hacer la vida más agradable porque «todo era tan feo, gris y sucio que yo quería mostrar algo bonito en los dibujos», de modo que en sus retratos «las mujeres eran más guapas, más vivas y todas tenían más pelo». O como Horst Rosentahl que dibujó en el campo de Gurs varios cuadernos para entretener a los niños internados. Uno describe un día en el campo de Gurs; otro es una guía de supervivencia para los pequeños durante el encierro. El más conocido fabula con la estancia allí de Mickey Mouse, detenido por declararse internacional y no llevar papeles. Rosentahl, deportado de Gurs a Auschwitz, fue asesinado allí en 1942.

Reproducción de una página de la edición de Reino de Cordelia

Reproducción de una página de la edición de Reino de Cordelia

Pintar también permitía, y esto era aún más peligroso, dejar testimonio del crimen. «Mi trabajo consistía en observar», documentar lo vivido, afirmaba años después Halina Olomucki, superviviente del Ghetto de Varsovia. Un acto heroico penado con la muerte. Como recordaba Yehuda Bacon, superviviente de Terezin, «todo el que pudiera en sus manos un lápiz quería dejar un testimonio de lo que veía, pero estaba prohibido dibujar muchas cosas. Podían matarte en el lugar». Pese a todo, no faltaron artistas que arriesgaran sus vidas para retratar la barbarie. Y muchos lo pagaron con su vida.

También abundaron los artistas que dejaron testimonio gráfico de su experiencia tras ser liberados. Inmediatamente después, conscientes de que el tiempo podía difuminar el recuerdo, alterar las imágenes, nublar su memoria. Así lo hicieron, entre otros muchos, Zoran Music, Manuel Alfonso Ortells o David Olere, que realizaron gran parte de su trabajo testimonial entre 1945 y 1946. Resulta interesante comprobar cómo los testimonios visuales del Holocausto fueron inmediatos, mientras que los escritos, en general, llegaron más tarde, debido a la sensación extendida entre los supervivientes de que nadie quería escuchar nada relacionado con la Shoah en la posguerra. Los dibujantes, sin embargo, tuvieron la necesidad compulsiva de plasmar el infierno nada más salir de él. Antes de que se nublaran en su mente las imágenes.

Wicenty Gawron. Llamada, Auschwitz, 1942.Museo de Auschwitz

Wicenty Gawron. Llamada, Auschwitz, 1942.Museo de Auschwitz

Referencias:

Molins, Javier: Artistas en los campos nazis, Madrid, Nagrela, 2019.

Rosenberg, Pnina: Art of the Holocaust as Spiritual Resistance: The Ghetto Fighters’ House Collection, Eavnston, Block Museum of Art.

Rosenthal, Horst: Mickey en el campo de Gurs, Madrid, Reino de Cordelia, 2023.